Abuelas: un placer traducirlas

Un trabajo de traducción puede llegarte en muchos formatos (papel, digital,audiovisual,etc). Constantemente debes estar preparada para trabajar con programas nuevos y entornos desconocidos hasta el momento. También debes esperar que te toque documentarte sobre temas tan dispares como los coches híbridos, la composición de algún fármaco concreto o los servicios que ofrece un gabinete de detectives. Puede incluso que el texto original tenga faltas de ortografía, errores sintácticos o alguna pequeña incoherencia y debas mejorar estos aspectos en el texto de llegada. Todos estos son algunos de los apasionantes retos que ofrece la traducción.

Pero hay un texto de origen que ocupa el primer puesto en mis favoritos. Son los textos que te vienen en “formato abuela”. Esos seres entrañables que llenan tu vida de cariño y amor incondicional son también grandes enriquecedoras de la lengua. En concreto me apasionan su particular léxico y sus eufemismos.

A menudo, cuando trabajaba de profesora en la ESO, me encontraba dentro de absurdas conversaciones con mis alumnos sobre la obligación de poner tilde en sus propios apellidos. Yo les refrescaba las normas ortográficas que hay detrás de García, Sánchez o Guzmán a lo que ellos, incrédulos, respondían: “Pues mi abuelo siempre ha escrito Garcia sin acento”. Y aquí es donde yo me levantaba en defensa del colectivo de la tercera edad y replicaba: “Mirad, chicos, mi abuelo sólo fue tres meses a la escuela y durante ese tiempo aprendió a leer y a escribir. Es decir, que si se dejaba la tilde en alguna palabra no pasaba absolutamente nada”. Son pequeñas licencias que le concedía la edad y el tipo de vida que le tocó vivir.

Y de licencias lingüísticas está lleno el léxico de las abuelas. ¿Quién no ha probado alguna vez una “cocreta” o se ha deleitado con las deliciosas “almóndigas” (palabra ya aceptada por la RAE) de la abuela? Por no hablar de los “bisteles” o los “canapeses”. Dichas palabras dañan la vista de quién las lee en el menú de algún bar, pero oídas de boca de una abuela parece que hasta puedes percibir el olor a comida casera.

Otro campo de estudio interesante desde un punto de vista lingüístico son los eufemismos de nuestras queridas abuelas. Desde individuos etiquetados como “malajes” (sustantivo que puede apelar a personas con algún tipo de adicción o no muy amantes del trabajo o víctima de cualquier otra flaqueza humana) a enfermedades graves conocidas como “una cosa mala”, pasando por la “rebeca” (sudadera, jersey, chaqueta, cazadora, etc.) que te aconsejan siempre ponerte antes de salir a la calle al atardecer. Pero, ¿quién tiene realmente rebecas en el armario? Siempre imaginé esta prenda como una chaqueta de punto hecha a mano de color beige, no sé porqué.

Así son las abuelas, entrañables “tuneadoras” del lenguaje. Enriquecen nuestros campos semánticos de forma espontánea y libre y a ellas se les deben permitir esas licencias. ¡Porque ellas lo valen!

Por último, hay una palabra que siempre temo traducir cuando sale de boca de una abuela. ¿Qué creéis que quiere decir realmente cuando te dice que estás “majo”? Yo, de manera mecánica, saco la báscula al llegar a casa.

Una resposta a «Abuelas: un placer traducirlas»

  1. Nunca mejor dicho. Me ha encantado el artículo, palabras graciosas inventadas por la ternura de una abuela.
    Firma: una seguidora muy “maja” y “hermosa”.

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