¡Hija mía, nunca vayas con “b”!

Cuando tus hijos empiezan a acercarse a las puertas de la adolescencia, tus pensamientos –evito usar las palabras preocupaciones o temores– sobre su desarrollo varían inevitablemente. Y en este artículo no quiero hablar de las importantísimas compañías, ni de sus posibles juergas, ni de la rebeldía propia de la edad, ni de su futuro profesional -aunque aprovecho para decir que si la ilusión de alguno de mis hijos fuera ser torero o apuntarse a un reality para dar espectáculos lamentables, por decirlo de forma sutil, intentaría quitarles la venda de los ojos. Vamos, que se me pondrían los pelos de punta y por todos los medios intentaría hacer que cambiaran de idea. Porque está muy bien ir de doña Perfecta y de tolerante sin fronteras en esta vida, pero la realidad es que los progenitores –entre otras cosas- debemos guiar.

Retomando el hilo de los pensamientos, el mío hoy es el de su ortografía. Sí, porque me gusta escribir bien, porque me apasiona el lenguaje, porque me gusta leer a gente que escribe bien y porque ayer a mi hija la agregaron al grupo de whatsapp de su clase. Sí, sobre todo por está última razón. Ayer a mi hija se le abrió un mundo nuevo: el de los chats. Pienso que ayer aprendió muchas cosas, la mayoría no tienen nada que ver con el lenguaje. Lo bueno es que algunas las compartió conmigo, sí, todavía actúa con esa inocencia. Las variadas intervenciones de los integrantes del grupo no me sorprendieron por mis años de profesora de la ESO, donde las vivencias diarias con los divertidos adolescentes te van curtiendo poco a poco.

Intentaba poner cara de póquer a cada comentario que me hacía sobre el chat, para que sacara sus propias conclusiones sobre lo que escribían sus compañeros. Pero hubo algo a lo que no me pude resistir. Fue cuando uno de sus compañeros compartió un Ya boy en el chat. Afortunadamente, a mi hija le llamó la atención y yo aproveché para hacerle una reflexión sobre la importancia de aprender a escribir correctamente, de leer, de aprovechar sus años de aprendizaje, entre otras cosas. Acabé mi consejo con un ¡Hija mía, hagas lo que hagas en esta vida, nunca vayas con “b”! Espero que siempre tenga en cuenta esta recomendación.

El lenguaje y la proliferación de palabras nuevas (I): el Brexit, el juevintxo y las mejo

Me declaro fan incondicional del lenguaje en general y de los cambios que experimenta de forma continuada en particular. Me gusta esta capacidad que tienen las palabras de adaptarse a situaciones, modas y hechos históricos y transformarse aunque, con el tiempo, algunas de ellas queden desfasadas -como puede ser el caso de tronco, tan usada en los horteras y maravillosos 80- o el guay, que ha sobrevivido ya ha varias generaciones, pero que sospecho que suena algo anticuado a los menores de 20, en especial si va acompañado del sintagma preposicional del Paraguay.
No soy muy amante de encasillar ni clasificar por categorías, creo que todo y todos somos mezclas únicas de muchos factores, pero haré una excepción, pues pienso que en un artículo de estas características la información queda mucho más clara si se presenta en un listado.

Las palabras nuevas según su origen, es decir, qué causó su creación, en qué contexto vieron la luz y, por supuesto, qué significan podrían clasificarse en tres grupos:

• En primer lugar, nos encontramos con las palabras que aparecen de forma paralela a los hechos que provocan la transformación de la sociedad y aquí pongo como ejemplo el Brexit, palabra que designa un hecho histórico reciente, compuesta de Britain y exit (salida, en inglés) y que ha provocado que se empiece a pensar en otras posibilidades (también lingüísticas) como el Frexit. Interesante, ¿no? Sobre todo al pensar que hace no mucho esta palabra no existía.
• En segundo lugar, tenemos palabras nacidas en el contexto del ocio y la diversión (que no falte), como la palabra juevintxo, que descubrí en La cabaña, un bar en el pueblo navarro de mi querida abuela. Está claro que es la tentadora combinación de jueves (cuando ya se huele el fin de semana) y pintxo (me quedaría corta al alabarlos). Dando una vuelta por este mismo pueblo descubrí también la existencia de los domintxos, antídoto infalible para paliar el blues del domingo ¡y me encantó ver que la creación de nuevas palabras es algo contagioso! No quiero cambiar de categoría sin antes mencionar los juernes (jueves+viernes festivo) o los miérdoles, que oí hace un tiempo en un anuncio de algo que ya he olvidado.
• Por último, en esta clasificación espontánea y, en consecuencia no exhaustiva, encontramos el lenguaje de los adolescentes, sin duda fabricantes incansables de palabras nuevas con una esperanza de vida tan corta como la duración de sus estados de ánimos en ocasiones. Y aquí, sin duda, el protagonismo es para mejo, palabra que hace referencia a mejor amiga o amigo, categoría para la que desean ser nominados constantemente nuestros jóvenes. Ser la mejo de alguien debe ser lo más, no hay duda. Me imagino que mejo debe ser una evolución de mi más mejor amiga, que recuerdo que sonaba hace unos años en las aulas de Secundaria. No solo los pokémones evolucionan.

En fin, esta es solo una pequeña muestra de la aparición incesante de palabras nuevas, resultado de la imaginación y creatividad de alguien. Mantén los ojos y los oídos bien abiertos y verás cómo descubres más de una. ¿Te animas?

5 cosas que no debes decir jamás a un traductor

5 cosas que no debes decir jamás a un traductor

 

Del mismo modo que resulta fastidioso (permitidme el eufemismo) para un profesor que le recuerden durante los meses de julio y agosto lo afortunado que es al tener tantas vacaciones, lo bien que vive, la suerte que tiene, blablabla, existen algunas afirmaciones que remueven las entrañas a cualquier traductor. Después de este guiño a mi antigua profesión (¿o fue en otra vida?) voy a nombrarlas a continuación, por si alguna vez os cruzáis con alguno de ellos.

 

En primer lugar, siempre encontrarás a alguien que, tras preguntarte a qué te dedicas y recibir la respuesta, se queda con cara de póquer, como diciendo: “¿Qué c*** es esto? ¿Se lo estará inventando? ¿De qué galaxia viene esta?” ¡No quiero ni imaginar la situación de los compañeros intérpretes! La cantidad de veces que habrán tenido que aclarar que no, no trabajan en Hollywood, no han hecho ninguna película y no conocen a ningún actor.

 

En segundo lugar está el que, tras pensar unos segundos después de tu respuesta, te suelta: “Qué palo escribir tanto, ¿no? Yo no podría”. Pues resulta que a mí me gusta, me encanta, me apasiona, me entretiene, me distrae, me llena, me enriquece, me motiva, me divierte, me interesa, en fin, que lo llevo bastante bien. Cabe decir que comprendo a los individuos que pertenecen a esta “segunda categoría”, pues a mí me pasa lo mismo con los números. Nunca podré entender qué es lo que hace levantar de la cama a un gestor para ir a la oficina. Empate.

 

En tercer lugar están los incrédulos, los que no piensan que traducir cueste esfuerzo alguno, que creen que cualquiera lo puede hacer, que no tiene ningún secreto y te sueltan alegremente: “¡Pero no será tan difícil!” No, para nada. No hay que estudiar nada, ni reciclarse, ni pensar, ni repasar, ni leer. Vamos, que está “chupado”. El punto máximo en el que puede terminar esta conversación es cuando tu interlocutor culmina con un: “Yo también hablo inglés (o el idioma que sea). Hace 5 años estuve en Benidorm, conocí a unos ingleses y ¡me entendí con ellos, oye!” Sí, claro, pasaporte al mercado laboral de la traducción instantáneo. No hace falta más garantía. Yo una vez hice rafting y me estoy planteando presentarme a las Olimpiadas de Río.

 

La cuarta frase de esta clasificación es “Pero para eso ya está Google traductor, ¿no?” Tras coger aire, contar del 20 al 0 hacia atrás, repetir algún mantra y morderte la lengua varios instantes, puedes responder algo así como: “Sí, la lástima es que no piensa, no rectifica, no valora el conjunto del texto, no tiene sentimientos y no se recicla, entre otras cositas sin importancia”. Se me ocurren otras respuestas, pero imaginaremos que estamos en horario infantil.

 

Pero, si de verdad quieres dejar a un traductor tirado por los suelos, pregúntale: “¿Y eso se paga?” Aún estoy buscando el adjetivo en la RAE para definir lo que se siente. No he encontrado todavía ninguno que incluya todos los matices. Entonces es cuando, con los ojos abiertos como platos, el nudo en la garganta, la moral por los suelos y un hilillo de voz, contestas: “Sí, claro, es mi trabajo”.

 

Vida de Freelance (II): daños colaterales

Ya desde un principio dejo claro que estos daños colaterales hacen referencia única y exclusivamente a todos los trámites y gestiones que conlleva la burocracia. No escribo este artículo como queja, aunque creo que todos podemos quejarnos de lo que nos apetezca cuando lo consideremos necesario. Para mí quejarse no es ningún tabú y, desde el momento en que la palabra queja existe y se encuentra en el diccionario, es porque en determinados contextos es necesaria. Retomando el hilo, este texto es una mera descripción de unos hechos objetivos siempre descritos con sentido del humor, ese ingrediente básico en la vida.
Como ya apunté en mi artículo anterior yo había trabajado en el pasado como profesora en una escuela. Prácticamente mi contacto con la burocracia por razones estríctamente ajenas a la labor docente se reducía a firmar la nómina. Como mucho, algunos meses, las eficientes administrativas de la escuela me comentaban los porcentajes del IRPF, ante lo que yo pensaba: Bueno, aquella cosa que sube y baja según el mes. Nada más. No era algo que incordiara mucho en mi día a día y, dados mi poco interés en esos temas y la nula motivación que despiertan en mí, seguía con la rutina, ajena a todos los documentos, certificados, facturas, recibos, etc., que movía el mundo laboral.
Pero cuando salí de mi zona de confort- ¡bendito sea el día en que lo hice!- acepté un matrimonio de conveniencia con el papeleo. Las oficinas de la seguridad social, las gestorías y otros lugares grises por el estilo entraron a formar parte de mi vida. Hice nuevos amigos: la cuota de autónomos, las facturas mensuales, el IVA y, sobre todo, tuve el placer de coincidir con el IVA trimestral, ese castigo especial que se aplica a los autónomos por trabajar.
Durante todo este tiempo también han proliferado las mañanas de gestiones; ¡cómo me gusta estar colgada al teléfono varios minutos para poder hablar con un operador! Además del deleite que supone estar escuchando, mientras esperas, canciones que, de forma totalmente irracional, acaban con tu paciencia. O hacer cola en oficinas para resolver cualquier duda o conseguir algún documento que te permita hacer… más gestiones. En resumen, un subidón sin fin a través de papeles, colas y oficinas. Algo que, sin duda, alimenta la creatividad y te hace sentir sumamente productiva.
En resumen, estos son desde mi punto de vista los daños colaterales de ser freelance. Un pequeño peaje que hay que pagar en nuestro cuadriculado mundo laboral. Pero nada nunca podrá hacer sombra al hecho de ser free.

Vida de freelance: Cuando tus compañeros de trabajo están al otro lado del océano

Sí, sigo hablando de compañeros de trabajo cuando en realidad, como freelance, debería hablar de clientes. Seguramente es debido al entrañable recuerdo que guardo de mis antiguos compañeros durante los últimos años en los que trabajé de profesora de Secundaria. Actualmente, trato con diferentes clientes, algunos están en el pueblo de al lado, otros en alguna capital cercana y muchos, la mayoría, en otros países o incluso continentes. Y aquí reside uno de los principales atractivos de la actividad freelance: igual puedes estar hablando por Skype después de desayunar con una persona de Rusia deseosa de terminar la entrevista contigo para ir a comer, como puedes estar acordando las condiciones de un trabajo con un residente de los Estados Unidos y debes pensar si lo saludas con un Good morning! o con un Good afternoon! De alguna manera viajas por el mundo sin moverte del comedor de casa, percibes la esencia de otras culturas a través de la red. Te adaptas a la manera de trabajar de cada lugar, de cada cliente; pues, aunque solo leas sus correos, oigas sus voces y veas sus fotos de perfil, acabas conociendo pinceladas de su personalidad e, incluso, en algunos casos diría que les coges cariño.
Otro compañero de viaje para el freelance es la soledad. No entendida como algo negativo, ¡al contrario! Es sinónimo de tranquilidad, fuente de inspiración y requisito indispensable para la concentración. Anteriormente, trabajaba en un lugar con mucha gente, por lo que el ruido, las voces y las conversaciones se entremezclaban constantemente. Y, aunque al principio se me hacía rara tanta tranquilidad, ya estoy acostumbrada a trabajar con calma total. Bueno, sin tener en cuenta el ruido incesante de la rueda de Láser, el hámster de la familia. Y es que así me sentía yo antes de trabajar como freelance: dando vueltas a toda pastilla sin parar, pero sin salir de la rueda.
Ahora cada día es diferente. Me dedico a la traducción y redacción de contenidos y me encanta la variedad de trabajos con los que me encuentro: igual puedo estar traduciendo un capítulo de una novela como redactando un escrito para el blog de alguna empresa. Una vez más, mi trabajo me permite viajar con la imaginación, y gracias al lenguaje, a situaciones diversas y a las realidades más variopintas. Trabajo con tres idiomas –catalán, castellano e inglés- y cada uno de ellos es la puerta a un mundo apasionante, al que viajo constantemente con billete de ida y vuelta. Cada día aprendo cosas nuevas –matices de una palabra, expresiones, palabras nuevas, entre otras cosas. Mi trabajo no me deja lugar al aburrimiento y me obliga a no bajar nunca la guardia. En pocas palabras, me hace sentir viva.
Como freelance ya no debo salir a la calle para desplazarme a mi lugar de trabajo, me basta con llegar al comedor de casa, donde me está esperando el ordenador y la lista de tareas pendientes. Y aquí es donde hay que mantenerse alerta para no caer en la trampa de no quitarse el pijama hasta las doce del mediodía. Un día puede resultar tentador, curioso, transgresor, pero como hábito es peligroso. Creo que puede llevar a la dejadez física, siempre relacionada con la emocional. Es decir, debes salir del dormitorio acicalada, como si fueras a una oficina en la otra punta de la ciudad. Otra cosa son las zapatillas de ir por casa…
La taza de café acostumbra a formar parte del atrezzo de mi mesa de trabajo, me encantar oler su aroma, tocar la taza caliente y saborearlo mientras estoy delante de la pantalla escribiendo. Es para mí un momento de paz y armonía y, cuando viene acompañado de silencio, es uno de los mejores placeres profesionales, desde mi punto de vista.
El horario del freelance también es algo que me fascina. Tener tu propio horario, decidir durante qué horas eres más productiva y aprovecarlas al máximo, coordinarte con los horarios de otros países para hablar con tus clientes y buscarte espacios para otras cosas. Porque no olvidemos que la primera parte de la palabra freelance significa libre en inglés y esta es una palabra que me encanta. Y es así exactamente como me siento con mi trabajo. Me permite dedicarme a aquello que me apasiona y me permite una flexibilidad y una independencia que no pueden compararse a nada. Y eso no quiere decir que no se trabaje durante muchas horas. Prácticamente todos los días me levanto muy pronto, no hace falta decir la hora, pero es muy temprano. Esto no me supone ningún sacrificio, significa que por la tarde cerraré el chiringuito a una hora razonable y acabaré el día centrada en otras cosas que me interesan mucho y también lo merecen enteramente.
En fin, así es el día a día cuando tus compañeros de trabajo están al otro lado del océano.

Supercalifragilisticoespialidoso

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¿Qué tienen en común los Minions, Mary Poppins y los vampiros de Blade? En un primer momento puede parecer que nada, pero si nos fijamos en el lenguaje de los personajes comprobamos que se ha llevado a caso un minucioso trabajo de creación.

En el caso de Mary Poppins se trata de una única palabra pero de gran influencia en el lenguaje, puesto que ya ha sobrevivido a varias generaciones que han jugado a pronunciarla lo más rápido y correctamente posible.

Centrándonos en uno de los fenómenos más recientes del cine infantil nos encontramos con el Minion, para el que ya se han creado incluso algunos diccionarios en línea, como el English-Minionese que encontramos en el siguiente enlace http://minionstranslator.com/. El director de la película Pierre Coffin explica que el idioma que hablan Kevin, Stuart y Bob es una mezcla de los varios idiomas que los Minions han aprendido mediante inmersión lingüística a lo largo de sus peripecias al servicio de villanos. De este modo, espectadores alrededor del mundo pueden reconocer cierta familiaridad entre palabras de su propio idioma y el de estos simpáticos personajes amarillos. Para más información, consultar este artículo de lectura muy amena http://www.thecredits.org/2015/07/meet-the-creator-of-minionese-the-language-of-the-minions/.

Pero no solo el mundo de la animación se atreve a jugar con el lenguaje. La literatura fantástica, como es el caso de Juego de tronos de George R.R. Martin también dota a algunos de sus personajes de un idioma propio: el idioma dothraki, –en la creación del cual participó el propio Martin, aunque la mayor parte es obra de David J. Peterson-, inspirado en idiomas tan diferentes como el turco, el estonio y el swahili, por nombrar algunos. Cabe destacar que no es el único caso en la obra de Martin.

Volviendo al mundo cinematográfico destacaremos el habla de los vampiros malos de Blade. Sin duda su impactante transformación física es la característica más llamativa de estos personajes, pero cuando los oímos hablar el conjunto es una mezcla perfectamente homógenea. Su ritmo y tonalidad resultan de lo más adecuado a la caracterización del personaje. Al parecer, su creadora Victoria Fromkin, lingüista de UCLA, se inspiró en las lenguas eslavas, aunque no pudo finalizar el trabajo, pues murió después del estreno de la primera parte de esta saga.

Podríamos nombrar también las lenguas élficas -que debemos a la prodigiosa imaginación de J.R.R. Tolkien-, para las que incluso existe un abecedario propio, o el Shyriiwook, uno de los idiomas Wookiee, hablado por Chewbacca y los otros habitantes del planeta Kashyyyk.

La lista de lenguajes creados para la ficción es mucho más larga, pues el lenguaje ofrece una infinidad de posibilidades. Nos demuestra la inagotable riqueza de las palabras y, por extensión, del lenguaje y su intrínsica relación con la comunicación, la imaginación y las ganas de jugar, que nunca deberíamos perder. Poopaye!

Hasta que te encuentras con Yohan Blake

Conocer un idioma requiere un mantenimiento, igual que cuando decides cuidarte físicamente y hacer algo de ejercicio. Para que perdure en el tiempo y sea efectivo hay que ser constante y no abandonar nunca. Incluso diría que se necesita un mantenimiento+1. Esta fórmula que me acabo de sacar de la manga significa que no es suficiente conformarnos con un “yo ya sé hablar inglés” o “claro que sé hablar perfectamente el catalán, es mi lengua nativa”. Siempre debemos exigirnos un paso más, aprender algo nuevo, repasar lo olvidado, leer, escuchar activamente, “para que no se duerman mis sentidos”, como dice mi admirado Manolo García en una de sus canciones.

La relajación es uno de los peores enemigos de los idiomas. Saber un idioma requiere estar alerta ante cualquier input, no bajar la guardia, desde un punto de vista motivador. No se sabe inglés por haber estado un mes en Brighton o por haberse sacado el First Certificate hace diez años. Hay que alimentar los idiomas a diario, mediante grandes y pequeñas cosas. Podemos leer, escuchar, hablar, buscar palabras en el diccionario, incluso en el de papel (yo lo hago a menudo y, de momento, no he sido atacada por ninguno).

La dejadez en el mantenimiento de un idioma, como en cualquier otra faceta de la vida, nos pasa factura. En esto pensé cuando, en las Olimpiadas de Londres del año 2012, a una presentadora de TVE le tocó entrevistar a Yohan Blake, corredor jamaicano (el segundo, el que no es Usain Bolt, para los poco documentados como yo). Después de la primera pregunta por parte de la entrevistadora el joven atleta empezó a hablar casi tan rápido como había corrido los 100 metros y, evidentemente, en inglés jamaicano. La periodista se quedó sin palabras, totalmente lost in translation. La cara de Blake también era un poema al ver que la entrevista no fluía.

Digamos, en defensa de la pobre periodista, que quizás fue víctima de una relajación lingüística pasajera. Seguro que sabía hablar inglés correctamente, había estudiado muchos años, pero el acento del jamaicano la dejó fuera de juego en aquella ocasión. Este ejemplo me sirvió para aumentar mi motivación por los idiomas y activar el mantenimiento+1. Y confieso que, después de lo visto, he escuchado ya varias entrevistas al atleta. Por si acaso.

El aprendizaje de un idioma no termina nunca, para mí es apasionante pensar así. Es un reto que acepto a diario, me motiva y ahuyenta las telarañas mentales.

Ejercita siempre tus habilidades lingüísticas. Puedes creer que son suficientes o están intactas…hasta que te encuentras con Yohan Blake.

Abuelas: un placer traducirlas

Un trabajo de traducción puede llegarte en muchos formatos (papel, digital,audiovisual,etc). Constantemente debes estar preparada para trabajar con programas nuevos y entornos desconocidos hasta el momento. También debes esperar que te toque documentarte sobre temas tan dispares como los coches híbridos, la composición de algún fármaco concreto o los servicios que ofrece un gabinete de detectives. Puede incluso que el texto original tenga faltas de ortografía, errores sintácticos o alguna pequeña incoherencia y debas mejorar estos aspectos en el texto de llegada. Todos estos son algunos de los apasionantes retos que ofrece la traducción.

Pero hay un texto de origen que ocupa el primer puesto en mis favoritos. Son los textos que te vienen en “formato abuela”. Esos seres entrañables que llenan tu vida de cariño y amor incondicional son también grandes enriquecedoras de la lengua. En concreto me apasionan su particular léxico y sus eufemismos.

A menudo, cuando trabajaba de profesora en la ESO, me encontraba dentro de absurdas conversaciones con mis alumnos sobre la obligación de poner tilde en sus propios apellidos. Yo les refrescaba las normas ortográficas que hay detrás de García, Sánchez o Guzmán a lo que ellos, incrédulos, respondían: “Pues mi abuelo siempre ha escrito Garcia sin acento”. Y aquí es donde yo me levantaba en defensa del colectivo de la tercera edad y replicaba: “Mirad, chicos, mi abuelo sólo fue tres meses a la escuela y durante ese tiempo aprendió a leer y a escribir. Es decir, que si se dejaba la tilde en alguna palabra no pasaba absolutamente nada”. Son pequeñas licencias que le concedía la edad y el tipo de vida que le tocó vivir.

Y de licencias lingüísticas está lleno el léxico de las abuelas. ¿Quién no ha probado alguna vez una “cocreta” o se ha deleitado con las deliciosas “almóndigas” (palabra ya aceptada por la RAE) de la abuela? Por no hablar de los “bisteles” o los “canapeses”. Dichas palabras dañan la vista de quién las lee en el menú de algún bar, pero oídas de boca de una abuela parece que hasta puedes percibir el olor a comida casera.

Otro campo de estudio interesante desde un punto de vista lingüístico son los eufemismos de nuestras queridas abuelas. Desde individuos etiquetados como “malajes” (sustantivo que puede apelar a personas con algún tipo de adicción o no muy amantes del trabajo o víctima de cualquier otra flaqueza humana) a enfermedades graves conocidas como “una cosa mala”, pasando por la “rebeca” (sudadera, jersey, chaqueta, cazadora, etc.) que te aconsejan siempre ponerte antes de salir a la calle al atardecer. Pero, ¿quién tiene realmente rebecas en el armario? Siempre imaginé esta prenda como una chaqueta de punto hecha a mano de color beige, no sé porqué.

Así son las abuelas, entrañables “tuneadoras” del lenguaje. Enriquecen nuestros campos semánticos de forma espontánea y libre y a ellas se les deben permitir esas licencias. ¡Porque ellas lo valen!

Por último, hay una palabra que siempre temo traducir cuando sale de boca de una abuela. ¿Qué creéis que quiere decir realmente cuando te dice que estás “majo”? Yo, de manera mecánica, saco la báscula al llegar a casa.

De dónde proviene The Blank Page

La página en blanco

Isak Dinesen (pseudónimo de Karen Blixen)

“Cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla.

Cerca de las puertas de la antigua ciudad solía sentarse una anciana de piel color de café, cubierta con un velo negro, que se ganaba el pan contando historias.

Decía la mujer:

– ¿Queréis un cuento, señora gentil, caballero? He contado muchas, muchas historias, mil y una más, desde los tiempos en que dejaba que los muchachos me contasen a mí el cuento de la rosa roja, los dos suaves capullos de azucena y las cuatro serpientes sedosas, cimbreantes y mortalmente enlazadas. Fue la madre de mi madre, la bailarina de ojos negros a quien tantos poseyeron, la que hacia el fin de su vida, arrugada como una manzana de invierno y escondida detrás del piadoso velo, me enseñó el arte de relatar historias. La madre de su madre se lo había enseñado a ella, y ambas eran mejores narradoras que yo. Pero esto ahora no tiene importancia, porque, para las gentes, ellas y yo somos la misma y me tratan con gran respeto, puesto que vengo contando historias desde hace doscientos años.
Después, si se le ha pagado bien y está de buen humor, proseguirá:
– La de mi abuela – decía – fue una escuela bien dura.

“- Sé fiel a la historia – me decía la vieja bruja -. Sé eterna e inquebrantablemente fiel a la historia.

“- ¿Por qué, abuela? – preguntaba yo.

“- ¿He de darte razones, desvergonzada? – gritaba ella- ¿Y tú quieres ser cuentista? ¿Tú vas a ser cuentista y yo he de darte razones? Pues bien, escucha: cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio. Lo entienda o no una mocosa impertinente.

“¿Quién es – prosigue la mujer – el que relata un cuento mejor que todas nosotras? El silencio. ¿Y dónde se lee una historia más profunda que en la página mejor impresa del libro más valioso? En la página en blanco. Cuando la pluma más finamente cortada, en su momento de mayor inspiración, ha escrito su cuento con la más preciada tinta, ¿dónde podrá leerse un cuento más profundo, dulce, alegre y cruel?: en la página en blanco.”

La vieja arpía calla un momento, suelta una risita y mastica algo en su desdentada boca.

– Nosotras – dice finalmente-, las viejas que contamos historias, sabemos la historia de la página en blanco. Pero no nos gusta contarla, porque entre los no iniciados podría mermar algo nuestra fama. Aun así, voy a hacer una excepción con vosotros, dama hermosa y gentil y caballero de generoso corazón. A vosotros os la contaré.

“En las altas y azules montañas de Portugal existe un viejo convento de monjas de la Orden Carmelitana, que es una orden ilustre y austera. En tiempos pasados el convento fue rico, las monjas eran todas nobles señoras y se producían incluso milagros. Pero con el correr de los siglos las damas de alto linaje fueron perdiendo la afición al ayuno y la plegaria, las grandes dotes dejaron de fluir a las arcas del convento y hoy apenas quedan unas pocas hermanas humildes y pobres que viven en una sola ala del vasto y decaído edificio, que parece que quiera fundirse con la roca gris que lo rodea. Y sin embargo, la comunidad es aún viva y alegre. Sus devociones son fuente de gozo inextinguible, y las hermanitas se dedican alegremente a la tarea que hace muchos, muchos años, deparó al convento un único y singular privilegio: cultivar el mejor lino de Portugal, con el que fabrican la tela más fina del país.

“El vasto campo frente al convento se ara con bueyes blancos como la leche, de manso mirar, y la semilla es sembrada hábilmente por virginales manos endurecidas en la labor, con las uñas llenas de tierra. En la estación en que florece el lino, el valle entero adquiere un color azul de aire, el mismo color del delantal que llevaba puesto la Sagrada Virgen para ir a coger huevos al gallinero de Santa Ana cuando el Arcángel San Gabriel, con su aleteo poderoso, descendió hasta el umbral de la casa y en lo alto, muy alto, una paloma, con las plumas del collar enhiestas y las alas vibrando, se recortaba en el cielo como una pequeña estrella plateada. Durante este mes los aldeanos de muchas millas a la redonda alzan los ojos hacia el campo de lino y se preguntan: “¿Ha subido el convento al cielo? ¿O han logrado las hermanas que el cielo baje hasta ellas?”

“Cuando llega la estación, el lino se recolecta, se agrama y se rastrilla; después la fibra delicada se hila, el hilo se teje y, por último, la tela se extiende sobre l a hierba para que se blanquee, y se lava una y otra vez hasta que haya nevado en torno a los muros del convento. Toda esta labor se lleva a cabo piadosamente y con precisión, y con ciertas aspersiones y letanías que son un secreto del convento. A ello se debe que el lino, que se carga a lomos de pequeños asnos grises y, pasada la puerta del convento, desciende y desciende hasta llegar a la ciudad, sea blanco como una flor, liso y suave como era mi pie cuando, a los catorce años, lo lavaba en el arroyo para ir al baile de la aldea.

“La diligencia, queridos señores, es buena cosa, y la religión también, pero el germen último de la historia procede de algún lugar místico ajeno a la historia misma. Así, la virtud del lino de Convento Velho le viene del hecho de que la primera semilla fue traída por un cruzado de la propia Tierra Santa.

“En la Biblia, las gentes que saben leer pueden aprender cosas sobre las tierras de Lachis y Maresa, donde crece el lino. Yo no sé leer, y nunca he visto este libro del que tanto se habla. Pero la abuela de mi abuela, cuando era niña, fue la favorita de un viejo rabino, y sus enseñanzas se han guardado en la familia y se han transmitido de generación en generación. Así, en el libro de Josué podéis leer que Axa, hija de Caleb, se apeó del asno y gritó a su padre: “¡Dame bendición! ¡Pues que me has dado tierra de secadal, dame también fuentes de agua!” Y él le dio entonces las fuentes de arriba y las de abajo. Y en los campos de Lachis y Maresa vivieron, más tarde, las familias que tejían el lino más fino de todos. Nuestro cruzado portugués, que descendía de una familia de grandes tejedores de lino de Tomar, cabalgando por esos mismos campos quedó impresionado por la finura de las plantas de lino, y se ató un saco de semillas al pomo de su silla de montar.

“Así se originó el primer privilegio del convento, que era el de suministrar las sábanas de matrimonio para las jóvenes princesas de la Casa Real.

“He de deciros, queridos señores, que en el país de Portugal las viejas y nobles familias observan una costumbre venerable. A la mañana siguiente a los esponsales de una hija de la casa, y antes de que se entreguen los regalos de boda, el chambelán o el gran senescal cuelgan de un balcón del palacio la sábana de la noche de bodas y proclaman solemnemente “Virginem eam tenemus.” “Declaro que era virgen”. Esa sábana no se lava ni se utiliza nunca más.

“Nadie observaba esta costumbre venerable más estrictamente que la Casa Real, en la que ha persistido casi hasta nuestros días.
“Desde hace muchos siglos también, y como señal de gratitud por la excelente calidad de su lino, el convento de los montes ha gozado de un segundo privilegio: el de recibir de vuelta el fragmento central de la sábana blanca como la nieve, que lleva el testimonio del honor de la desposada real.

“En el ala principal del convento, desde la que se divisa un inmenso panorama de colinas y valles, hay una extensa galería de suelo de mármol blanco y negro. De los muros de la galería cuelga una larga hilera de pesados marcos dorados, rematados cada uno de ellos por una cartela de oro puro en las que figura inscrito el nombre de una princesa: Donna Christina, Donna Ines, Donna Jacintha Leonora, Donna María. Y cada uno de estos marcos encierra un retal cuadrado de una sábana real de boda.

“En las manchas borrosas de las telas una persona de cierta imaginación y sensibilidad podría reconocer todos los signos del Zodíaco: la Balanza, el Escorpión, el León, los Gemelos. O discernir imágenes de su propio mundo de ideas: una rosa, un corazón, una espada, o acaso un corazón atravesado por una espada.

“En los viejos tiempos podía verse en ocasiones una larga, majestuosa y colorida procesión que avanzaba por el paisaje de rocas grises en dirección al convento. Princesas de Portugal, que ahora eran reinas, o reinas-madres de otros países, archiduquesas o grandes electoras con sus espléndidos séquitos, llevaban a cabo un peregrinaje de naturaleza a la vez sagrada y secretamente jubilosa. Pasado el campo de lino la ruta se hace empinada; la dama real tenía que bajar de su carroza para recorrer la última parte del camino en un palanquín regalado al convento precisamente con esta finalidad.

“Después, y aún en nuestros días, ocurre a veces, como puede ocurrir cuando se quema una hoja de papel, que después que todas las chispas han corrido por el borde del papel para ir a morir en un extremo surge una última chispa, pequeña y reluciente, que va corriendo detrás de las otras, que una solterona muy anciana, de alto linaje, emprenda la ruta hacia Convento Velho. Hace muchos años fue la compañera de juegos, amiga y doncella de honor de una joven princesa de Portugal. En el camino al convento, va contemplando el panorama que se extiende a sus pies. Llegada al edificio, una monja la conduce hasta la galería, frente al marco que lleva el nombre de la princesa a la que sirvió un día, y se despide de ella, comprendiendo que quiere quedarse sola.

“Lenta, muy lentamente, una procesión de recuerdos desfila por la pequeña, venerable y cadavérica cabeza bajo la mantilla de negro encaje, que se inclina en señal de reconocimiento. La leal amiga y confidente recuerda la vida de casada de la joven princesa con el consorte real elegido. Revive los momentos alegres y los tristes, coronaciones y jubileos, intrigas cortesanas y guerras, el nacimiento del heredero del trono, los matrimonios de los príncipes y princesas de las nuevas generaciones, el orto y el ocaso de las dinastías. La vieja dama recuerda las profecías que se hicieron con las manchas de la sábana: ahora puede comparar la realidad con la profecía, con una leve sonrisa y un ligero suspiro. Cada pedazo de tela con el nombre inscrito en el marco que lo encierra tiene una historia que contar, y todos han sido puestos allí por fidelidad a la historia.

“Pero en medio de la larga hilera hay una tela que no es igual que las otras. Su marco es tan hermoso y pesado como los demás, y ostenta con el mismo orgullo la placa dorada con la corona real. Pero en la cartela no hay ningún nombre inscrito, y la sábana enmarcada es de lino blanco como la nieve de una esquina a la otra: una página en blanco.

“¡Os ruego, buenas gentes que venís a escuchar historias! ¡Mirad esta página, y reconoced la sabiduría de mi abuela y de todas las mujeres que narran historias!

“Porque, ¡qué lealtad eterna e inquebrantable ha hecho colgar este pedazo de tela junto a los otros! Ante él, las narradoras de cuentos hemos de cubrirnos con el velo y guardar silencio. Porque si el padre y la madre reales que un día ordenaron que se enmarcase y colgase ese retal no hubieran conservado en su sangre una tradición de lealtad, quizá no habrían dado la orden.

“Es frente a ese pedazo de puro lino blanco donde las viejas princesas de Portugal, reinas, viudas y madres con experiencia de la vida, con sentido del deber y con una larga historia de sufrimiento, y sus viejas y nobles compañeras de juegos, doncellas y damas de honor, permanecen de pie más tiempo.

“Y es frente a la página en blanco donde las monjas jóvenes y viejas, y la propia madre abadesa, quedan sumidas en la más profunda de las reflexiones.”