Vida de Freelance (II): daños colaterales

Ya desde un principio dejo claro que estos daños colaterales hacen referencia única y exclusivamente a todos los trámites y gestiones que conlleva la burocracia. No escribo este artículo como queja, aunque creo que todos podemos quejarnos de lo que nos apetezca cuando lo consideremos necesario. Para mí quejarse no es ningún tabú y, desde el momento en que la palabra queja existe y se encuentra en el diccionario, es porque en determinados contextos es necesaria. Retomando el hilo, este texto es una mera descripción de unos hechos objetivos siempre descritos con sentido del humor, ese ingrediente básico en la vida.
Como ya apunté en mi artículo anterior yo había trabajado en el pasado como profesora en una escuela. Prácticamente mi contacto con la burocracia por razones estríctamente ajenas a la labor docente se reducía a firmar la nómina. Como mucho, algunos meses, las eficientes administrativas de la escuela me comentaban los porcentajes del IRPF, ante lo que yo pensaba: Bueno, aquella cosa que sube y baja según el mes. Nada más. No era algo que incordiara mucho en mi día a día y, dados mi poco interés en esos temas y la nula motivación que despiertan en mí, seguía con la rutina, ajena a todos los documentos, certificados, facturas, recibos, etc., que movía el mundo laboral.
Pero cuando salí de mi zona de confort- ¡bendito sea el día en que lo hice!- acepté un matrimonio de conveniencia con el papeleo. Las oficinas de la seguridad social, las gestorías y otros lugares grises por el estilo entraron a formar parte de mi vida. Hice nuevos amigos: la cuota de autónomos, las facturas mensuales, el IVA y, sobre todo, tuve el placer de coincidir con el IVA trimestral, ese castigo especial que se aplica a los autónomos por trabajar.
Durante todo este tiempo también han proliferado las mañanas de gestiones; ¡cómo me gusta estar colgada al teléfono varios minutos para poder hablar con un operador! Además del deleite que supone estar escuchando, mientras esperas, canciones que, de forma totalmente irracional, acaban con tu paciencia. O hacer cola en oficinas para resolver cualquier duda o conseguir algún documento que te permita hacer… más gestiones. En resumen, un subidón sin fin a través de papeles, colas y oficinas. Algo que, sin duda, alimenta la creatividad y te hace sentir sumamente productiva.
En resumen, estos son desde mi punto de vista los daños colaterales de ser freelance. Un pequeño peaje que hay que pagar en nuestro cuadriculado mundo laboral. Pero nada nunca podrá hacer sombra al hecho de ser free.